Nuestro nombre dice mucho de nosotros, y es lo primero que queremos saber cuando conocemos a alguien. Como si en esa respuesta tuviéramos sintetizadas las características de la otra persona.
Es que el nombre refleja nuestra personalidad, y hasta parece acompañar nuestra actitud, y hasta nuestra postura corporal. El nombre dice mucho no sólo de nosotros sino de quienes lo han elegido para ponérnoslo, de la tradición familiar, de la moda, de las costumbres del momento histórico.
Ser nombrados, designados, tener un nombre es una necesidad desde que la mujer y el hombre existen.
El nombre es aquello que nos identifica, que nos hace diferentes a otros aunque se llamen con el mismo nombre. Es que la actitud con la que cada uno lleva su nombre hace que sea una persona distinta.
El nombre es una señal primera de identidad, dándonos entidad como personas. Aún desde la prehistoria, el hombre primitivo utilizó un nombre para llamar a los de su tribu. No así los apellidos, que son más contemporáneos.
Si bien el apellido es hereditario, el nombre puede ser elegido por los padres no sin atravesar por múltiples dudas y cavilaciones. Es algo que se llevará por toda la vida, y seremos constantemente nombrados por nuestro nombre.
La elección del nombre también delatará nuestro origen social, nuestros gustos culturales, y hasta las tendencias de la moda. Muchos nombres son elegidos por una telenovela, o por una afamada actriz cinematográfica.
En Inglaterra y en Estados Unidos, estudios realizados por la universidad de Pensylvania, afirman que ciertos nombres tienen más posibilidades de triunfar que otros, o de ser tenidos más en cuenta.
Esto es así, según las razones que esgrimen en su investigación, porque las clases con menos formación cultural tienden a seguir las modas que impone el mundo del espectáculo o de la televisión, mientras que las clases sociales más cultas utilizan la elección de nombres más singulares o literarios.
Nombres como Jenifer, Jesica, Jonatan, Brian en dichos países comparten los más bajos peldaños, sin embargo alguno de ellos fue elegido por William Shakespeare en «El mercader de Venecia», donde aparece alguno de dichos nombres por primera vez.
Es tanta la importancia del nombre como parte de nuestra identidad y personalidad, que hay antecedentes en la jurisprudencia australiana de un juez que rechazó la petición de cambio de nombre de una niña adoptada en Corea, por entender que el nombre formaba parte inseparable e indisoluble de la pequeña.
La importancia del nombre ya es señalada en la Biblia desde el libro de Génesis 1.5, en donde Dios ni bien separó la luz de las tinieblas llamó a la luz «día» y a las tinieblas «noche».
El nombre, en aquellos tiempos a partir de la Creación, tenía no sólo la función de designar a una persona sino que también tenía un valor simbólico que era mucho más importante.
Por ejemplo Isaac significa «aquel con el que Dios reirá», en alusión a su madre Sara, de edad avanzada, que se desternilló de risa cuando supo que estaba embarazada.
A Abraham, que antes se llamaba Abran, Dios le cambió el nombre por uno nuevo al establecer un pacto con él llamándolo «padre de multitudes». Es interesante conocer las singulares historias de cambio de nombres y sus significados, según nos muestra la Escritura de los grandes hombres que construyeron la historia del evangelio.
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"La Importancia de Tu Nombre: Reflejo de Personalidad, Origen y Futuro". En: De Significados. Disponible en: https://designificados.com/importancia-nombre/ Consultado: 21 de noviembre de 2024.
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